Admin 15 de noviembre de 2022

Hortelanas de vida

La vida de decenas de mujeres de los barrios periféricos de Sucre ha mejorado gracias a la tecnología y soluciones innovadoras gestionadas por la organización Sumaj Punchay. Se trata de hortelanas que han aprendido a cosechar agua, mejorar la fertilidad de la tierra, diversificar su producción y comercializar sus productos desde plataformas digitales. Esto no solo les permite ser económicamente independientes, sino que se han convertido en líderes de sus comunidades. Conozcamos este proceso a partir de la historia de tres de ellas. 
 Este reportaje fue realizado en el marco del Proyecto Diálogo y Apoyo Colaborativo de la Cooperación para el Desarrollo de la Embajada de Suiza en Bolivia, en alianza con la Agencia Sueca de Desarrollo Internacional, implementado por Solidar Suiza.

Las historias de María, Silveria y Margarita se cruzaron en la época de la pandemia como las ramas de una planta. Hasta ese momento, solo las unía el formar parte de un grupo de un millar de familias, beneficiarias de un proyecto de la gobernación chuquisaqueña para construir viveros y carpas solares, tipo invernadero, con el fin de abastecer el consumo familiar de legumbres y hortalizas, como lechuga, acelga y espinaca o rábano.

Sin embargo, esta producción solo era posible en tiempo de lluvia, es decir los últimos y primeros meses del año, el resto del tiempo las carpas amarillas solo cubrían tierras secas e improductivas.

Entonces empezó a circular el virus del Covid-19, se instaló la cuarentena y la falta de agua pasó a un segundo plano. En medio de la enfermedad y la incertidumbre estas tres madres de familia de barrios periféricos de Sucre, encontraron una manera no solo de esquivar al virus, sino también el inicio de una nueva vida, libre de las ataduras de la dependencia económica de sus parejas y, lo mejor, con un conocimiento que hoy les permite generar sus propios ingresos.

Las tres son beneficiarias de la iniciativa “Mujeres empoderadas ejercen sus derechos y tienen autonomía económica”, desarrollado por Sumaj Punchay, en el marco del Proyecto Diálogo y Apoyo Colaborativo (DAC), implementado por Solidar Suiza.

María y sus caseros de WhatsApp

María Daza

Separados por 556 kilómetros, los que dividen La Paz de Sucre, pero vinculados al instante por WhatsApp, doña María y uno de sus caseros paceños intercambian mensajes todas las semanas para que éste “haga mercado” desde la comodidad de la sala de su casa y a través de su celular, y ella le envíe el mandado de hortalizas y legumbres agroecológicas, recién cosechadas de su huerto, ubicado en su domicilio de la zona Juana Azurduy, en el distrito 3 de la ciudad, en los alrededores del exaeropuerto.

Antes de la compra, el casero recibió en su teléfono videos filmados intuitivamente por doña María, donde le muestran el proceso de cultivo, que en realidad comienza con un meticuloso cuidado y tratamiento de la tierra, que doña María realiza en compañía de su hermano, Agustín.

Fue él quien convenció a la familia de invertir en un segundo invernadero, cuando se enteró que Sumaj Punchay incluía en su proyecto la provisión de un tanque de agua de 5 mil litros y la enseñanza de la técnica de cosecha de agua, a través de un sistema de canaletas que conducen la lluvia a dicho tanque.

Agustín Daza, hermano de María.

“A nosotros en el barrio apenas nos dan agua potable por la noche, o sea que si no tenemos agua para la alimentación, menos para las plantas”, dice Agustín.

María y Agustín tienen 200 metros cuadrados sembrados, con lo que el tanque de agua de 5 mil litros les alcanza apenas un mes, que al término de la época de lluvia debe ser reemplazado por agua de cisternas que ellos compran, con un precio de 350 bolivianos por cada 10 mil litros.

Respecto al preparado de la tierra, que es un proceso largo y moroso, pero altamente beneficioso para quien consume los productos, Agustín hace énfasis en las ventajas de haber recibido talleres de capacitación sobre lombricultura (cría de lombrices) y compostaje de residuos orgánicos por parte de los técnicos de Sumaj Punchay.

“Cuando empezamos no había tecnificación y fallábamos en la producción, muchos dejaron de sembrar porque la enfermedad atacaba sus plantas”, dice.

El acondicionamiento de la tierra permite que se le agregue nutrientes a los productos y evita que se empleen pesticidas, perjudiciales para la salud.

“La planta es como un niño. Debe alimentarse desde el primer día con nutrientes y minerales, para ello compostamos el abono orgánico con los residuos de estiércol, hojas secas y rastrojo”.

Las lombrices se alimentan de los restos orgánicos que desechamos y ayudan a hacer el terreno más fértil.

El resultado final son productos ricos y saludables, como la lechuga —en sus múltiples variedades: crespa, mantecosa, repollada y crocantela, entre otras—, locoto, pimentón, apio, cilandro, perejil, acelga y el tomate cherry, uno de los productos estrella de los huertos ecológicos.

En ello trabajan duramente no solo María y Agustín, sino toda la familia. En el caso ella, a través de sus cuatro hijos, desde el menor que tiene 12 años hasta la mayor, de 25, que estudia administración de empresas. “Todos trabajan porque igual todos comen”, aclara María.

Familia Daza

Silvia cambió el taller de costura por el huerto

En plena pandemia, Silveria Flores Canchi decidió cambiar la costura por el cultivo. De coser algunas prendas, que luego vendía y así “ayudaba” en la economía familiar, pasó a tratar, cultivar y regar hortalizas en los dos invernaderos que posee en su domicilio de 200 metros cuadrados, ubicado en el extremo sur de la ciudad de Sucre.

En realidad, es muy difícil distinguir en su casa un lugar que no esté sembrado y cultivado, ya sea con plantas de cebollín, nabo, pimentón o tomate cherry, que es su preferida.

En el lugar vive con su hijo menor de 18 años, que estudia pero también ayuda con el cuidado de los sembradíos. Ella siempre está pendiente de él, al igual que de sus otros dos hijos mayores, que viven en Argentina, donde trabajan como técnicos en electricidad y e instalación de gas.

“Antes me mandaban unos pesitos, pero ahora no quiero que lo hagan porque, primero, sabemos que el peso en la Argentina está bajo y, segundo, porque tengo una entrada cada semana”.

La “entrada” a la que se refiere doña Silveria son los, por lo menos, 100 pesos que gana cuando vende sus productos agroecológicos, a través de alguno de los puntos de comercialización que ayudó a instalar Sumaj Punchay.

Antes la costura era su principal fuente de ingresos y “se ayudaba” con su pequeña tienda. “A veces en mi tienda gano 20 pesos, pero con mis verduras vendo más, eso me trae felicidad”, dice.

Este salto cualitativo en su vida fue posible gracias a su decisión de asumir como propio el desafío de cultivar en tiempo seco, merced al tanque de agua que le dio Sumaj Punchay, empezar a cosechar agua, tratar la tierra y comercializar sus productos en las ferias ecológicas o mediante redes sociales. Un conocimiento que antes de la pandemia no tenía.

Silveria junto al tanque de agua gestionado por Sumaj Punchay

“Fresquito va a mi olla, fresquito al mercado y todo se va en el día”, dice sobre sus productos, en especial el tomate cherry, que siembra en gran parte de la más grande de sus dos carpas.

“El cherry da en un mes y luego tienes tres años de producción”, comenta mientras riega las plantas que también tiene a cielo abierto en el ingreso de su casa, que salvo algunas tiras de tierra para transitar y moverse, es un ejemplo de cómo emplear el mínimo espacio para cultivar.

Margarita ya no depende del dinero de su esposo

A doña Margarita Quispe la encontramos en dos de sus facetas semanales: primero como cuidadosa hortelana de productos agroecológicos que se producen en el invernadero de su domicilio del barrio Azari, y luego como efectiva vendedora del “punto verde” de comercialización de la céntrica calle Bolívar, que abre viernes y sábados.

En las huertas de su casa, hasta antes de poseer un tanque de agua gracias a la gestión de Sumaj Punchay, solo producía para su consumo y el de su familia, pero hoy, por jornada de venta, gana entre 40 y 100 bolivianos, comercializando productos como acelga, apio, perejil, pimentón, cebolla y tomate cherry.

Su huerto se ha convertido en su primera fuente de ingresos, por encima incluso de su anterior trabajo de costurera, al que ya no se dedica porque su vista no es la misma que la de hace algunos años.

En la tienda de la Bolívar maneja las cuentas y el despacho de productos con la misma soltura, convenciendo a los compradores, en quechua y español, de la calidad de sus productos, libres de pesticidas y certificados por su condición saludable.

Como el resto de los casos, el negocio es familiar, aunque es ella la que lo administra. Doña Margarita heredó el oficio de agricultora de sus padres, que también trabajaban la tierra en la zona donde vive, que destaca por sus calles de tierra empinadas, y también recibe el apoyo de su hijo, aunque él ya es licenciado en Comunicación Social.

“Gracias a mi huerto ya no veo el dinero de mi esposo, gano mi propia platita”, dice Margarita, que por su actividad se ha convertido en un referente de su comunidad y su barrio.

"Nos ayudamos entre productoras"

En los tres casos y las tres zonas periféricas donde viven María, Silveria y Margarita se ha organizado, de manera natural, un sistema de colaboración mutua para la producción ecológica, que surgió de la necesidad como de la cultura misma de la gente.

“Nos ayudamos entre nosotros, nos colaboramos”, dice María refiriéndose a los más de 20 productoras y productores de su barrio, casi todos con sus respectivos tanques de agua.

“No solo intercambiamos almácigos también nos colaboramos con tareas como deshierbe o abono, en especial si son adultos mayores, embarazadas o enfermos, dice Silveria a nombre de sus 17 vecinos que tienen carpas ecológicas.

“Los vecinos vienen al invernadero, les vendemos y les ayudamos”, dice finalmente Margarita, que en la zona es una de las pocas que trabaja con un huerto ecológico con su propio tanque de agua.

 

Las cuatro "C" y los pivotes de la innovación

Si bien el precio de los productos ecológicos es ligeramente superior al comercial, un boliviano más en el caso de las lechugas, por ejemplo, los pedidos no dejan de incrementarse, aunque lentamente.

Lo que sucede es que la mayoría de la gente, que compra en mercados y supermercados, aún prefiere productos comerciales por el precio y no por la calidad.

Para cambiar este hábito o al menos incidir en la preferencia de los productos ecológicos, Sumaj Punchay implementó una estrategia que denomina de las “4C”: calidad, cantidad, continuidad y comunicación. La primera de ella está asegurada porque se trata de productos ecológicos certificados. En las otras tres aún se debe trabajar, tanto con las productoras como con el consumidor, dice Limber Limachi, coordinador de Proyectos de Sumaj Punchay.

 

Limber Limachi y Margarita Quispe en el huerto de ésta.

En el caso de la cantidad, se incide a través de la asistencia técnica personalizada que ofrece a la institución, tanto en cosecha de agua en los tanques de 5 mil litros que entregaron a las familias para el riego por goteo como la lombricultura o fertilización de la tierra, la certificación de los productos ecológicos y la diversificación de la producción.

Todas ellas son pivotes de innovación que han cambiado la vida de las mujeres de las 600 familias con las que trabajan. En primer lugar, reutilizando las carpas que dejó la Gobernación, donde ya se cultiva en tiempo seco; incrementando las variedades de productos a semillas nuevas como tomate cherry o pimentón; mejorando los ingresos mensuales de las productoras hasta en más de 300 por ciento y, en especial, empoderando mujeres, que ahora tienen un conocimiento nuevo con el que generan sus propios recursos.

Respecto a la comunicación, se ha implementado un sistema de promoción por redes sociales, tanto de las ferias como de la venta por redes sociales, a través de una tienda virtual de productos orgánicos y el envío por un sistema de delivery o entrega a domicilio.

“Tenemos un promedio de siete pedidos diarios con un valor de más de 50 bolivianos, la mayoría por whatsapp, nosotros lo llevamos por delivery, por un costo de 5 bolivianos”, dice Juan Quinteros, responsable de Producción en Huertos Urbanos, de Sumaj Punchay.

Finalmente, para darle la continuidad, dice Limber Limachi, se debe incidir en la conciencia, tanto de productoras como de consumidores, que el mercado requiere de productos ecológicos todo el año.

“Para ello se trabaja en la transferencia del modelo al gobierno municipal, la réplica y darle un valor agregado a la producción, como la venta de verdura picada”, dice el funcionario de Sumaj Punchay, que calcula que la iniciativa requiere de cuatro años para consolidarse totalmente.

Hacia un mercado ecológico departamental

En una instancia donde la producción ecológica ha recibido un fuerte impulso es en el Ministerio de Desarrollo Rural y Tierras, a través del Consejo Nacional de Producción Ecológica.

La regional Sur de este Consejo, dirigida por Cinthya Contreras, que se hace cargo de las oficinas de Chuquisaca, Potosí y Tarija, ha avanzado a pasos firmes, como, en el caso de Chuquisaca, de la conformación del Comité Ecológico Departamental de Productores, cuya función es coordinar y captar recursos para las unidades productivas.

Cinthya Contreras, responsable del Consejo Nacional de Producción Ecológica Regional Sur

El Consejo, que apoya en los procesos de certificación de los productos ecológicos, la capacitación para la elaboración de insumos y el control de plagas, también trabaja en la implementación de SPG (Sistemas Participativos de Garantía), compuesto por productores, consumidores e instituciones implicadas, como Sumaj Punchay.

Una de las principales metas hoy del Consejo es gestionar, ante el gobierno municipal, el espacio para la futura instalación de un Mercado Ecológico Departamental, con sede en Sucre, que será el espacio ideal no solo para la comercialización de los productos sino para que germinen nuevos SPG, nuevas iniciativas y un lugar donde se comparta la réplica de las innovaciones.

16 años junto a los más vulnerables

Sumaj Punchay, que en quechua significa “Hacia mejores días”, es una ONG que ya tiene 16 años trabajando en lugares “donde las condiciones de desarrollo se hacen difíciles”, dice Limber Limachi, coordinador de Proyectos de la institución.

Actualmente están presentes en cuatro municipios de Chuquisaca y Potosí, donde “se busca que las comunidades sean resilientes al cambio climático” y eso implica responder a las necesidades de falta de agua y trabajar en un modelo sostenible de agricultura ecológico, además de comercialización.

Se trabaja con 600 familias, que se las elige a través de un criterio de residencia permanente, pero también buscando mujeres que están a cargo de sus familias y tienen potencial de líderes

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